martes, 27 de diciembre de 2016

Escritura Automá[crí]tica XXVI






Matrimoniar hoy y siempre


Leyendo “Casarse pronto y mal”
de Mariano José de Larra


Aún hoy en día se mantiene en muchas culturas la costumbre de apalabrar matrimonios según conveniencias de los padres o tutores de los contrayentes, conveniencias o pareceres, sin consultar a estos.
Esto es una actitud en claro retroceso, pues la reivindicación del propio albedrio y las exigencias del respeto a la libertad ajena la han hecho aparecer en todos los casos como un evidente abuso e, incluso, explotación de los jóvenes, generalmente, intervinientes.
Así que al final lo usual es que sean los contrayentes quienes se elijan entre ellos. En Occidente desde hace ya bastante tiempo y en Oriente se va imponiendo.
Como se ve hasta ahora he evitado escribir la palabra amor. Aunque en las dos formas puede aparecer, lo hace con más frecuencia en aquella que ahora es la más habitual. Y todo porque en esta, al ser los protagonistas quienes se eligen mutuamente, lo suelen hacer motivados por una atracción reciproca que llamamos amor.
Es decir, nos casamos en la mayoría de los casos, enamorados.
Pretendo en este texto dejar claro que ni la forma más antigua de contraer matrimonio, por acuerdo ajeno al de los pretendientes, es un dislate, ni la que ahora se impone, aquella que guía el amor, es la más indicada si hablamos de garantía de duración. Eso sí, es en la que la libertad de los contrayentes se respeta. Pero nada más.
En la película “Aprendiendo a conducir” de Isabel Coixet, esta pretende echarle un vistazo a las dos formas de contraer nupcias y no parece que a la que respeta la voluntad de los contrayentes le vaya mejor que a aquella que es planeada sin que el romanticismo aflore por ningún lado.
Y es que al final, tanto en una como en la otra, no hay razones de peso que garanticen la perennidad de la unión.
Con la realización del matrimonio se pretende llevar a cabo la satisfacción de una serie de necesidades, que si obviamos eso que llamamos amor y la capacidad de elección, son las mismas en ambos casos.
El amor es una atracción momentánea que un escritor francés actual mantiene que dura unos tres años. Bueno. Durará más o menos, según, lo que sí es cierto es que no es eterna. Y cuando se habla de amor eterno, hay confusión, y de lo que se habla es de cariño, placidez, compañerismo, costumbre, amistad. Pero amor, no. Porque para sentir amor romántico una de las condiciones es el desconocimiento, o al menos no conocimiento total de la persona amada, y eso, año tras año, es imposible de mantener. La cotidianidad y el misterio, como el agua y el aceite. Este flota sobre aquella.
O sea, cuando se acaba el amor, ¿Qué queda? ¿En qué situación quedas? Pues sea la que sea, se debe a lo que tú elegiste. Y estás como si te hubiesen elegido a tú media naranja, más la responsabilidad de haberlo hecho tú. Porque en ambos casos se desemboca en lo mismo. O el fracaso o el triunfo.
En las culturas milenarias donde todavía se practica el apaño matrimonial se producen momentos horribles, de una crueldad terrible. Que alguien te imponga a otra persona que ni tan siquiera conoces y que igual hasta te repugna, es un abuso y una injusticia. Muchas veces alimentada por razones de índole social, económica o hasta política que en ningún caso tiene en cuenta a los contrayentes y que en muchísimos casos y con mucha frecuencia es a la parte femenina a la que más despreciativamente trata.
Así las cosas, es en la sociedad occidental, claramente, donde nos hemos decidido por el libre albedrío y donde guiados por el amor hacemos nuestra elección. Nos equivocamos. Bueno. Nos jodemos. Fue nuestra decisión.
Por eso yo creo que deberíamos dar un paso más allá y separar el amor del matrimonio. Ser capaces nosotros mismos de adoptar la actitud de nuestros mayores y elegir a nuestro compañero/a en base a otras razones, alejadas del momentáneo amor, aunque sin olvidarlo.
No casarnos enamorados, si no casarnos habiendo columbrado toda una lista de pros y contras, en las que por supuesto, a gusto del consumidor, la atracción deberá jugar su papel.
Me estaba leyendo a mí mismo y dándole vueltas a lo que escribía, cuando me he hecho esta pregunta,
-Pero, ¿No se hace así ya?
Me he quedado pensando un momento y me he dicho,
-Pero, ¿Cómo así? Si no se habla más que de amor por todas partes.
Y mi espíritu maligno me ha espetado,
-Hablar, hablar se habla de todo, pero de ahí a lo que se hace……..
Y deja esos puntos suspensivos que tanto me joden.
-O sea, ¿Qué tú crees…..?
Me ha interrumpido,
-Hombre, juzga tú mismo.
Y he visto como mi espíritu, que extendía el brazo y con la mano abierta me ofrecía el amplio muestrario que todos podemos ver.
Así pues, juzguemos.

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