Matrimoniar hoy y siempre
Leyendo “Casarse pronto y mal”
de Mariano José de Larra
Aún hoy en día se mantiene en muchas culturas
la costumbre de apalabrar matrimonios según conveniencias de los padres o
tutores de los contrayentes, conveniencias o pareceres, sin consultar a estos.
Esto es una actitud en claro retroceso, pues
la reivindicación del propio albedrio y las exigencias del respeto a la
libertad ajena la han hecho aparecer en todos los casos como un evidente abuso
e, incluso, explotación de los jóvenes, generalmente, intervinientes.
Así que al final lo usual es que sean los
contrayentes quienes se elijan entre ellos. En Occidente desde hace ya bastante
tiempo y en Oriente se va imponiendo.
Como se ve hasta ahora he evitado escribir la
palabra amor. Aunque en las dos formas puede aparecer, lo hace con más
frecuencia en aquella que ahora es la más habitual. Y todo porque en esta, al
ser los protagonistas quienes se eligen mutuamente, lo suelen hacer motivados por
una atracción reciproca que llamamos amor.
Es decir, nos casamos en la mayoría de los
casos, enamorados.
Pretendo en este texto dejar claro que ni la
forma más antigua de contraer matrimonio, por acuerdo ajeno al de los
pretendientes, es un dislate, ni la que ahora se impone, aquella que guía el
amor, es la más indicada si hablamos de garantía de duración. Eso sí, es en la
que la libertad de los contrayentes se respeta. Pero nada más.
En la película “Aprendiendo a conducir” de
Isabel Coixet, esta pretende echarle un vistazo a las dos formas de contraer
nupcias y no parece que a la que respeta la voluntad de los contrayentes le
vaya mejor que a aquella que es planeada sin que el romanticismo aflore por
ningún lado.
Y es que al final, tanto en una como en la
otra, no hay razones de peso que garanticen la perennidad de la unión.
Con la realización del matrimonio se pretende
llevar a cabo la satisfacción de una serie de necesidades, que si obviamos eso
que llamamos amor y la capacidad de elección, son las mismas en ambos casos.
El amor es una atracción momentánea que un
escritor francés actual mantiene que dura unos tres años. Bueno. Durará más o
menos, según, lo que sí es cierto es que no es eterna. Y cuando se habla de
amor eterno, hay confusión, y de lo que se habla es de cariño, placidez,
compañerismo, costumbre, amistad. Pero amor, no. Porque para sentir amor
romántico una de las condiciones es el desconocimiento, o al menos no conocimiento
total de la persona amada, y eso, año tras año, es imposible de mantener. La
cotidianidad y el misterio, como el agua y el aceite. Este flota sobre aquella.
O sea, cuando se acaba el amor, ¿Qué queda?
¿En qué situación quedas? Pues sea la que sea, se debe a lo que tú elegiste. Y
estás como si te hubiesen elegido a tú media naranja, más la responsabilidad de
haberlo hecho tú. Porque en ambos casos se desemboca en lo mismo. O el fracaso
o el triunfo.
En las culturas milenarias donde todavía se
practica el apaño matrimonial se producen momentos horribles, de una crueldad
terrible. Que alguien te imponga a otra persona que ni tan siquiera conoces y
que igual hasta te repugna, es un abuso y una injusticia. Muchas veces
alimentada por razones de índole social, económica o hasta política que en
ningún caso tiene en cuenta a los contrayentes y que en muchísimos casos y con
mucha frecuencia es a la parte femenina a la que más despreciativamente trata.
Así las cosas, es en la sociedad occidental,
claramente, donde nos hemos decidido por el libre albedrío y donde guiados por
el amor hacemos nuestra elección. Nos equivocamos. Bueno. Nos jodemos. Fue
nuestra decisión.
Por eso yo creo que deberíamos dar un paso
más allá y separar el amor del matrimonio. Ser capaces nosotros mismos de
adoptar la actitud de nuestros mayores y elegir a nuestro compañero/a en base a
otras razones, alejadas del momentáneo amor, aunque sin olvidarlo.
No casarnos enamorados, si no casarnos
habiendo columbrado toda una lista de pros y contras, en las que por supuesto,
a gusto del consumidor, la atracción deberá jugar su papel.
Me estaba leyendo a mí mismo y dándole
vueltas a lo que escribía, cuando me he hecho esta pregunta,
-Pero, ¿No se hace así ya?
Me he quedado pensando un momento y me he
dicho,
-Pero, ¿Cómo así? Si no se habla más que de
amor por todas partes.
Y mi espíritu maligno me ha espetado,
-Hablar, hablar se habla de todo, pero de ahí
a lo que se hace……..
Y deja esos puntos suspensivos que tanto me
joden.
-O sea, ¿Qué tú crees…..?
Me ha interrumpido,
-Hombre, juzga tú mismo.
Y he visto como mi espíritu, que extendía el
brazo y con la mano abierta me ofrecía el amplio muestrario que todos podemos
ver.
Así pues, juzguemos.