lunes, 13 de junio de 2016

Escritura Automá[crí]tica XXIII


Sobre el arte de echarse la culpa




Iba a titular estos párrafos “Sobre los judíos” pero como el sustantivo está en todos los lados y como bien, bien no va sobre los judíos si no sobre eso que se llama “sentirse judío” y que suelen sentir muchos seres humanos aunque  no pertenezcan a ese pueblo, decidí ir al meollo del asunto y poner ya la culpa por delante que es de lo que van estas líneas.
Así que empezamos.
No hay nada que apacigüe tanto el alma como tener a alguien a quien echar la culpa de todo. El problema es encontrarlo. Incluso para los creyentes.
La figura de Dios es demasiado inconcreta. Se nos escapa en las pruebas periciales. Se necesita algo más terrenal.
Aquí aparecen los judíos. Encantados, por otro lado, de desempeñar esa tarea.
A pesar de los costes.
A pesar de los intentos de liberarles de esa carga.
Ellos la quieren para sí.
¡Echadnos la culpa! ¡Echádnosla toda!
¿No veis que así nos liberáis de tener que elegir destino?
Todos vosotros acuciados por vuestro incierto destino.
El nuestro está claro.
Claro sobre todo por lo que nos ha costado.
Un precio caro.
Un precio caro que es garantía de su calidad.
Todo lo caro es bueno. Nuestro destino lo es.
Y ahora llegan los palestinos, los sirios, las clases bajas europeas, las clases explotadas latinoamericanas……….todos queriendo acaparar nuestro destino. Destino que no se puede compartir. Compartir es diluir y nosotros la queremos toda entera. Un destino no es cualquier cosa.
Ilusos.
¡Cuándo habréis sufrido tanto como nosotros que lo merezcáis!
¿Cuántos siglos necesitaréis?
¡Renunciad! Sufrir es lo nuestro.
Parece un plan de destino impecable.
Tiene un fallo.
Los palestinos.
El gran problema judío ahora mismo es el siguiente: Si siguen machacando a los palestinos corren el peligro de ser desbancados como el pueblo que más ha sufrido pero si no los continúan machacando corren el peligro de quedarse sin país. Cámbiese judío y palestino por marido y mujer, niño gordo y retraído del cole y niño exitoso y líder, negro y blanco.
¿Se ha visto alguna vez un destino más amargo y desgraciado que el del pueblo judío?
Condenado por un lado y por el otro.
¿Alguien sufre más que ellos?
¿Alguien está en situación más trágica?
Meterse en el avispero. Una decidida vocación de sufrimiento.
Su destino.
Claro que en caso de duda, de empate, como se suele decir: Siempre nos quedará “el holocausto nazi”. Dónde perecieron judíos que ya llevaban generaciones asimilados.
¡Mejor!- dirá un judío recalcitrante, que llaman ortodoxos- eso les recordó quienes eran y quienes serán a su pesar.
En el diario de Victor Kempler, por debajo de lo que iba escribiendo, se podía sentir su extrañeza. ¿Judío? ¿Por qué soy judío? ¿Qué es ser judío? Ese “ser judío” que tanta animadversión y odio ha despertado a lo largo de la historia. No lo sé, pero por serlo me está pasando lo que me está pasando. Ser judío de esa manera debe ser algo grande, imposible de eludir. Así, a lo largo de todo el diario.
Esa manera de conformarse,  una esencia que está siempre empezando. No se agota.
Bien mirado, a los que no somos judíos sólo nos queda ser antisemitas, de la misma manera que a los judíos sólo les queda “el judaísmo”. No queda otra.
Y cada cierto tiempo, para engrasar la maquinaria, “un holocausto”
Ya se sabe que en esto de los negocios los judíos son unos linces. Aunque no quieran. Lo llevan en la sangre.
A pesar de Philip Roth y todos los que se le parecen. Intentando escapar a su destino, a su grandiosos sentido.
Y es que ser judío es una cosa palpable, tosca, grosera, sujeta a unas pruebas palpables, objetivas. Sentirse judío tiene más mandanga y está universalizado. Por ejemplo para Austria, Thomas Bernhard era un nazi porque hacía sentir a todo el país responsable de una culpa cósmica. Una culpa que, es flipante, Austria acepta. Le sirve de redención.
O sea, dándole la vuelta al olivo, no podía ser otro árbol, “sentirse judío” ha sido elevado a los altares. Ser judío, eso es otro cantar.
Como el yogurt, que en España terminó llamándose Danone.
Así de importante es el tema.
Y es que si hay un acusado y un acusador, todo parece estar en orden. La controversia aparece cuando alguien se da cuenta de lo cómodo que es ser el acusado. Y el acusador acusa el cansancio.

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